Marcos Marín Amezcua* | El Imparcial de Mexico
Y llegó el emblemático año 2010. México conmemorará el bicentenario de su Independencia Nacional (1810) y el centenario de la Revolución Mexicana (1910). Pero no corren tiempos fáciles.
No se anticipa un año sencillo, puesto que la economía condicionará de manera determinante su devenir y en gran medida, el alcance de las actividades a desarrollar en torno a tan significativas fechas.
Al mismo tiempo, pareciera que se llega como nunca a la urgente, necesaria e impostergable definición de una decisión a tomar, o una múltiple sucesión de ellas, ante una encrucijada con varias direcciones, mismas que dan cuenta o son la suma de una sensación de vivirse en un país que hoy está sin proyecto claro, definido a un largo plazo, en función de las diversas realidades apremiantes con que hoy debe lidiar. Ciertamente, México llega a 2010 polarizado, crispado y con pocas ganas de debatir, mas con ansias de emprender.
2010 amanece encontrando a México entrampado acaso, frente a los siguientes aspectos: un serio debate alrededor de qué rumbo económico mantener, un reclamo social que no oculta los índices de pobreza de una población que pasó en pocos años relativamente, de 65 a 107 millones de habitantes —lo que supone siempre un reto para cualquiera que ejerza funciones de gobierno, más allá de a cuál partido pertenezca— y encima, estamos inmersos en un saludable, pero muy desgastante debate nacional alrededor de la manera en cómo se mira la Historia y qué hacer con ella, cómo afrontarla, cómo contarla y cómo utilizarla por parte del poder público, algo trascendente, puesto que en ella descansan muchos de los símbolos y códigos culturales del país; todo lo cual nos deja un escenario lucidor que algunos quisieran utilizar para augurar, para justificar y lamentablemente, para desear un adecuado levantamiento armado.
Da lo mismo si tal conflicto ocurriera en 2010, que sería lo ideal, pues casaría para su discurso y sus nada claros propósitos, con los años 1710, 1810 y 1910, años que fueron de levantamientos armados; o sea, desearían que ocurriera el levantamiento armado nacional en el año diez “para que rime” con los otros. La razón: eliminar la desigualdad y la pobreza, asignaturas pendientes del México moderno. Pero si no se pudiera entonces, pues que sea en el 11 o en el 12, daría lo mismo, puesto que el punto es que no faltan grupúsculos que esgrimiendo diversas razones, retan al poder público e intentan colocar al país en el punto de plantearse si requiere o no otra lucha armada para un cambio.
Es interesante este planteamiento pues, ciertamente, 2010 es visto por algunos agoreros también como una cifra cabalística óptima para desmanes y no menos cierto es que a falta de ideas, envalentonados con los antecedentes arriba referidos y con un miserable afán de que “rime” el actual año 10 con los tres siglos pasados, proponen emprender una lucha con balazos y toda la cosa, que ya es hora de otra matazón, dicen, para efectuar los cambios que a su leal saber y entender corresponda efectuar. La Revolución de 1910 se cobró un millón de muertos en diez años, de una población de 14 millones y costó a México treinta años, es decir hasta 1940, el recuperar los índices de crecimiento y desarrollo alcanzados con la dictadura porfirista derribada por el movimiento social de 1910. ¿Cuánto costaría hoy semejante propuesta?
Yo no creo en ese camino. Sí creo en la apuesta por nuevos y atrevidos planteamientos que deben partir de una sociedad plural y reclamante. Quede claro a todos: En 2010 los mexicanos nos debemos unos a otros, ante todo, una necesaria, terrible e ineludible civilidad. Nada cabe que oculte los problemas, pero tampoco nada cabe que justifique a la violencia.
Discrepo de quienes afirman que no hay nada qué celebrar. Por supuesto que sí. El simple y cotidiano derecho a que la bandera nacional esté en su sitio ha costado lo suficiente y más, para celebrar esas gestas. Es un derecho ganado, no regalado. Ganado con la sangre de los mexicanos. Casi nada. Ella supone tener un lugar en el mundo. Tampoco fue un sitio gratuitamente concedido.
En las conmemoraciones del año 2010, México debería plantearse seriamente su relación con Iberoamérica, en sintonía con los lazos que lo unen y en el marco de los bicentenarios de las independencias hispanoamericanas que engloban a la mayoría, que no a la totalidad, de los países otrora pertenecientes al Imperio español. Y España ha de ser invitada de honor, por la sencilla razón de ser la primera interlocutora de esa gesta histórica independentista. La otra parte interlocutora es justamente, el resto de los países hispanoamericanos que coinciden en este bicentenario.
Las instituciones de la república no están agotadas, por ende los cambios han de ser en el marco de las vías institucionales que los mexicanos se han procurado. 2010 implica planteamientos serios sobre su devenir, en un México incluyente. La lección que los centenarios nos dejan es múltiple: que México es diverso, merece dejar atrás clichés que ya no responden a cabalidad a su momento actual y que todas, absolutamente todas las voces deben ser escuchadas en pro de construirlo.
Hace un siglo, en el marco de las festividades del Centenario de la Independencia de México, el dictador Porfirio Díaz, del que muchos aún no le pueden sacudir el ’don’, efectuó unas celebraciones asaz excluyentes. Las reservó para la clase gobernante, para lucimiento de sus treinta años de gobierno y para remarcar la imagen de México como país pacificado, civilizado y escaparate del desarrollo propio de la Bella Época, pagando el precio de un elevado costo social que desembocó meses después, en el estallido de la Revolución Mexicana.
Un siglo después, permitir que este país viva y afronte sus retos como lo ha hecho antes, es tarea obligada. En la vía democrática e incluyente. A los amigos de México en el mundo y a quienes en general leen esta columna, sean bienvenidos desde ya a un país generoso y dispuesto, milenario y joven a la vez, haciendo votos por la prosperidad de todos y de la patria mexicana, en tan emblemático año.
*Marcos Marín Amezcua es abogado y conferencista, catedrático universitario en México, colaborador de la revista DATAMEX de la Fundación Ortega y Gasset, miembro de la Asociación Mexicana de Estudios Histórico-Militares y de la Asociación Mexicana de Estudios del Caribe.
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Hace 5 años
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ResponderEliminarGracias anónimo por tu comentario tan valioso.
ResponderEliminarA cubaout mi agradecimiento. Aclaro que El Imparcial en este caso es un periódico digital español. www.elimparcial.es
Muchas gracias
atte. Marcos Marín Amezcua
Un artículo oportuno para una sociedad a la que le es difícil hacer un análisis objetivo de estas fechas a celebrar, ya que, por el comentario de anónimo, se logra percibir que tristemente para la mayoria de este México, los centenarios son solo para tronar juegos pirotécnicos y comer pozole. Gran articulo.
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