Por Haroldo Dilla Alfonso | Periodico 7 dias.com.do
Desde los tiempos del fenecido Ronald Reagan, el gobierno cubano ha estado realizando unas maniobras militares conocidas como Bastión, en clara alusión a una pretendida inexpugnabilidad del sistema cubano frente a cualquier agresión externa. Este año 2009, en medio de la aguda crisis económica que sufre el país, las maniobras han sido repetidas, pero con una diferencia: ahora han sido dirigidas a prevenir y contrarrestar una situación en que se produzca –cito textualmente a un jefe militar cubano- "un aumento de la actividad subversiva del enemigo, encaminada a provocar desorden social e ingobernabilidad, aprovechando para ello la situación que se ha creado (...) como consecuencia de la crisis financiera y económica mundial".Obviamente este despliegue militar no va dirigido contra los grupos de oposición existentes, sean disidentes, blogueros o de cualquier otro tipo. Estos grupos están agotados, cuando menos aislados, de manera que sus capacidades para incidir en la política interna son muy limitadas. Y sus breves espacios de presencia pública (por ejemplo los que han tenido las “Damas de Blanco” o los que intentaron tener los blogueros) están siendo severamente acotados por la puesta en marcha de mecanismos de represión callejera que implican la movilización de leales y menos leales, pero para quienes la participación en estos actos represivos es menos costoso que la abstención.
De cierta manera cada “acto de repudio” contra los opositores ha funcionado como una pequeña maniobra militar “Bastión” porque han cumplido los mismos objetivos: disuadir al enemigo y eventualmente aniquilarlo. Y aunque para los observadores externos puede parecer un derroche de recursos ambos tipos de movilizaciones en el actual contexto (nunca fue tan lejana la posibilidad de una agresión americana que ahora, y los opositores siguen siendo inocuos políticamente), no siempre las cosas son tan evidentes como parecen.
Y es que la élite política post-revolucionaria está mirando hacia otro lado, hacia el lado de la gran masa de cubanos y cubanas –incluyendo esas mismas turbas que ahora lanza contra personas indefensas en un vulgar atropello- y que en un contexto de agravamiento de la crisis pudieran virar sus energías contra el poder establecido.
A ello se une un rosario de factores adversos para el sistema político actual como son la erosión física de Fidel Castro y las aprensiones que esto origina en seguidores y herederos, la evidente incapacidad de la élite para reestructurarse sin recurrir a sonoras defenestraciones de cuadros jóvenes, el establecimiento de una administración en Estados Unidos que no apuesta por la belicosidad retórica, así como la cobardía política y pusilanimidad del actual gobernante cubano y sus cercanos colaboradores, quienes ascendieron al poder proclamando un cambio progresista para terminar llevando la situación a los peores momentos.
Con esto no quiero decir que el gobierno cubano no tenga recursos a su favor. El primero de ellos es que aún -sea por inercia, fervor o incertidumbre- la mayoría de la población cubana sigue profesando una filosofía de esperar y ver qué pasa, lo que le permite desfilar el primero de mayo, participar activamente en el mercado negro y emigrar si es conveniente. Otro es que los “situados” venezolanos siguen llegando y llenando el brutal déficit financiero. Finalmente, el aparato de represión y control político sigue intacto, manteniendo fragmentada a la sociedad cubana y en la cárcel a quien pretenda desfragmentarla, no importa con que propósitos.
Pero sin lugar a dudas su situación es menos cómoda que nunca antes, no porque existan más o menos recursos (no es un problema simplemente de cantidad) sino porque aquellos recursos que la clase política puede manejar como bienes políticos intercambiables por lealtad, disminuyen, al mismo tiempo que las exigencias sociales se hacen más complejas. Y cuando esta relación inversa llegue al punto en que ser leal implique un costo muy superior a protestar, entonces la gente –blogueros, disidentes, “brigadistas” y sobre todo quienes ahora no están en ningún bando- protestará. Y en ese momento la élite política comenzaría a mostrar sus quiebras internas a pesar de los vagabundeos políticos del clan Castro.
Sin lugar a dudas estas tendencias –no hay visibles otras- seguirán desenvolviéndose en el 2010. Y finalmente podrían conducir a la bancarrota a un proceso político derivado de una revolución que hace medio siglo inspiró al continente por su mensaje emancipatorio y alternativo a las mezquindades e iniquidades del capitalismo realmente existente. Incluso, con menos glamour histórico, conduciría al hundimiento de la gestión del general/presidente Raúl Castro, inaugurada en el 2006 con promesas de cambio, hoy sepultadas por el pacto conservador que reunió a militares tecnócratas y burócratas partidistas en un deslucido y asombrosamente envejecido equipo de gobierno.
Marx discutía en alguna ocasión la conveniencia de un final terrible cuando la alternativa es un terror sin fin. Sería muy saludable que la sociedad cubana pudiera evitar ambas cosas y abrir espacio a un proceso de reconstrucción nacional con espacio legítimo para todas las opiniones y propuestas. Si esto no ocurriera, inevitablemente la evolución nacional conduciría a un derrumbe salvaje del régimen (el final terrible) con graves implicaciones políticas y sociales, o hacia el terror sin fin de un enquistamiento en el poder de militares y burócratas encabezados por el clan Castro.
En cualquier caso en esa Cuba del futuro yo abogaría por un proyecto socialista. Solo que un socialismo que no se apoyaría en maniobras como Bastión para garantizar la gobernabilidad, o en la represión de los opositores y críticos (no importa ahora sus signos políticos), o en el destierro de cientos de miles de cubanos emigrados, o en un sistema de pobreza repartida como el que hoy impera en la isla o en la pretendida infalibilidad histórica de una mezquina élite burocrática/militar que prepara la restauración capitalista convirtiéndose ella misma en burguesía. Se apoyaría sencillamente en la superioridad de un futuro en que la prosperidad social, la democracia y la sostenibilidad ambiental se coloquen por encima de los sórdidos intereses particulares desde el estado y desde el mercado. Esta es la única manera de pensar al socialismo.



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